Cambiar la educación para cambiar el mundo

Claudio Naranjo

4.- Una educación para la evolución personal y social

“»Respuestas correctas», especialización, estandarización, competencia estrecha, adquisición ávida, agresión, desapego. Sin ellas, nos ha parecido que la máquina social no podría funcionar. No debemos culpar a las escuelas de crueldad cuando sólo han cumplido con lo que la sociedad les ha pedido. Pero la razón por la que necesitamos una reforma radical de la educación es que las demandas de la sociedad están cambiando radicalmente. No cabe duda de que las características humanas que hoy en día se inculcan dejarán de ser funcionales. Ya se han tornado inapropiadas y destructivas. Si la educación continúa siendo como solía, la humanidad terminará destruyéndose tarde o temprano.”

G. Leonard, Op. cit.

El tema ya ha sido anunciado y es prácticamente una tesis: ya es hora de que tengamos una educación para el desarrollo humano. Conlleva también la convicción implícita de que sin una educación para el desarrollo humano, difícilmente llegaremos a tener una sociedad mejor.

Hasta la fecha, hemos vivido una larga historia de nobles propuestas y revoluciones encarnizadas por el cambio social que descuidaban el cambio individual, y pareciera que ya es hora de que entendamos que, si queremos una sociedad diferente, necesitaremos de seres humanos más completos: no se puede construir algo de tal naturaleza sin los elementos apropiados.

Este es un tema que me viene interesando desde hace muchos años, interés que se despertó al empezar a intuir el valor político de la educación del individuo y, por supuesto, utilizo el término “político” en el gran sentido de la palabra, que alude al bien público y no al maquiavelismo de la política de poder. Pensaba entonces que la comprensión del potencial de la educación para la evolución social sería una cosa muy fácil de trasmitir a personas receptivas en el sistema educativo, que a su vez podrían hacer lo necesario para que la educación se tornara más relevante al cambio. Pero ya llevo unos quince años dándome cuenta de que sucede algo muy extraño en la educación: se trata de una institución muy bien intencionada, un gremio en el que en cada país se habla continuamente de reformas posibles y particularmente de currículos complementarios o alternativos, se celebran conferencias, se invierte mucho dinero, y no cambia nada fundamental, pues domina una gran inercia institucional.

Y a mí esto me parece trágico, como también me parece trágico que entre todos los males del mundo, éste sea uno casi invisible. Pienso que el desarrollo humano es fundamental no sólo para conseguir una sociedad viable, sino para lograr la felicidad del individuo, pues no creo que estemos en este mundo simplemente para sobrevivir, y pienso que nos convendría más pensar en nuestro planeta como en una especie de purgatorio al que hemos llegado para hacer un trabajo interior: cultivar nuestro espíritu y abandonarlo siendo mejores que cuando llegamos.

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Muchos educadores han venido a mis cursos, y todos salen sintiendo que esto es lo que la educación necesita: una inyección espiritual universalista y no dogmática que incluya prácticas concretas que sirvan al cultivo de la mente profunda –comenzando por el cultivo de la atención- y un proceso de autoconocimiento guiado que lleve no sólo a cambios de conducta sino a esa transformación más profunda que es la esencia de la maduración propiamente humana.

Tal vez haya quien se pregunte cuál ha sido el secreto, y lo explicaré en breve: que se pueda lograr un profundo impacto transformador y humanizador en tan breves intervenciones se debe en parte a la existencia de recursos hasta ahora desconocidos (como la psicología de los eneatipos) o desaprovechados(como la meditación o la terapia gestaltica); en parte a recursos nuevos (como cierto tipo de teatro terapéutico que se apoya en la psicología de los eneatipos o en nuestro laboratorio de psicoterapia integrativa); así como también en parte a la organización de tales recursos en un todo cuyo efecto va más allá de la suma de sus partes. Ha sido hasta cierto punto, además, el resultado de la evolución de un proceso vivo y la creciente experiencia tanto mía como de las personas que han colaborado conmigo como docentes.

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A los setenta años de edad voy naturalmente en retirada, y comienzo a delegar mi trabajo en mis discípulos. Desde años atrás vengo sintiendo la satisfacción reiterada de poder ayudar efectivamente a muchos y sentirme bañado en su gratitud, y justo en el momento en que siento que el programa SAT, refinado de año en año, llega a la condición de un fruto maduro, me parece como si, desprendiéndose del árbol donde ha crecido, quisiese caer en un terreno diferente al de su origen.

Me complace pensar que la profunda experiencia de transformación que ha servido a los terapeutas para un mejor desempeño de su oficio, pueda algún día servir también a los educadores, y que a través de ello sirva igualmente para traspasar o transformar las limitaciones de un sistema implícitamente opresor que, perpetuando nuestra ignorancia fundamental, milita contra la salud de nuestras relaciones.

(Del libro del Doctor Claudio Naranjo, «Cambiar la Educación para cambiar el mundo» Editorial La Llave)